Capítulo XXXI

Divertida sinopsis de los capítulos anteriores:

Después de raptar a las dos tiernas hijitas del vizconde Polilloff, el traidor y antipático Nicéforo Pistón, ayudado por sus sicarios de La Garra de Platino, proyecta pedir ochocientos cincuenta millones de rublos de rescate, pero todavía tiene un plan más secreto. Una vez recibido el dinero, en lugar de soltar a las angelitas Nicéforo proyectaba capturar al propio vizconde a fin de que la esposa de este, la tierna y sensible Azucena, fallezca de dolor, desesperación y tosferina.

Tratando de salvar a las niñas, el dolorido padre se mete él mismo en la boca del lobo, o séase, en la guarida de La Garra de Platino, donde, encerrado en una cámara de paredes movibles y llenas de cuchillos, está a punto de perecer convertido en un acerico.

¿Verdad que es como para morirse de risa?

Pero vayamos al grano, o séase, lo que viene a continuación.


—¡Estoy listo! ―se dijo el vizconde al ver el panorama.

»¡Estoy liquidado! ―manifestó al cabo de siete segundos.

»¡De esta no me salva ni la sueromicina! ―declaró finalmente.

En efecto, el panorama que se le presentaba no podía ser más cochambroso. Las dos paredes, erizadas de cuchillos de la acreditada marca El Filo Tornasolado (casa central en Badajoz, calle del Pisapapeles Mustio, 33), se habían aproximado tanto la una a la otra que ya al pobre vizconde no le quedaban más que treinta y siete centímetros y medio de espacio vital. ¡Solo treinta y siete centímetros y medio le separaban de la nada! ¡Nada menos que treinta y siete centímetros cúbicos y medio!

Pero pronto fueron solo treinta, veintinueve… veintiocho… El desdichado prisionero se despidió mentalmente de la familia, de las amistades y de un señor bajito al que conocía de vista y con el que solía tropezar por las noches al volver a casa.

¡En el reloj de cuco de su vida había sonado su último momento!

Sentía ya como una de las cuchillas empezaba a hacerle cosquillas en la región occipital y había cerrado los ojos y se había puesto a pensar en el próximo partido de la Liga para ver si así distraído no se enteraba de su propia muerte cuando de pronto ocurrió algo estupefaccionante, morrocotudo y aturulante.

Del suelo de cemento del pavimento surgió un pico, después un brazo y, finalmente, un brazo al tiempo que se oyó una voz aguardentosa:

―¡Regodeo y cornucopias en escabeche! ¡Ya somos libres!

El corazón del ya casi defuncionado vizconde dio un salto de metro y medio. ¿Qué era aquello? ¿Estaría soñando? ¿Lo que acababa de oír era producto de un delirio insano? ¿Estaría a lo peor ya muerto?

Abrió un ojo y luego el otro y los fijó sobre el ya susodicho pavimento asfáltico.

Lo que allí ocurría era como para tragarse un colchón de muelles de la impresión. Se había ensanchado el agujero y a continuación del pico y del brazo surgieron dos tipos vestidos a rayas en los que hasta la mente atarugada y entontecida y nebulosa del vizconde Polilloff reconoció a dos presidiarios fugitivos.

Por cierto que la cara de uno de aquellos sujetos no le resultaba desconocida. ¿Dónde había visto aquel rostro? ¡Sí sí, estaba seguro de conocerlo!

―Muy buenas ―exclamó uno de los recién llegados saludando con el casquete de presidiario―. ¡Cómo está usted?

―Muy bien. ¿Y ustedes, caballeros? ―repuso el vizconde, que no quería ni en aquellos momentos tan trágicos se dijese de él que era un mal educado―. Celebro mucho cómo…

Pero no dijo más porque en aquel momento uno de los agudos cuchillos de la marca El Filo Tornasolado se le empezó a hundir en el quinto espacio intercostal haciéndole ver todo el sistema de Ptolomeo y haciendo que se lanzase de cabeza por el agujero abierto por los recién llegados.

¡Y aún dicen que no hay quinto malo!

A consecuencia del porrazo, los tres fueron rodando por aquel túnel improvisado. Cuando se cansaron de dar vueltas, se detuvieron lanzando resoplidos. Y fue en este momento cuando ocurrió algo piramidal, asombroso, contraestupefaciente.

Cuando el vizconde fijó los ojos en uno de sus inesperados compañeros, dio un resoplido como para resfriar a la momia de Sesostris XXIII.

¡Claro que había visto aquella cara en alguna parte! La cosa no tenía nada de particular porque… porque… ¡aquel rostro era el suyo propio!


Aquí queda en suspenso la escena porque nos van a cortar la luz por falta de pago.


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