Capítulo IX

Sinopsis de los capítulos anteriores escrito en código secreto para hacerlo más emocionante:

X3P 43 2 W FDUUUUUUU 27 Oce 43 M Pio R33 X2 X2 X2 Z2 77 Sa. H12. Perez 000 ¡Cuerno!


»Habíamos convenido en que celebraríamos la boda en cuanto hubiésemos encontrado un pisito sin traspaso que fuese nuestro nidito de amor. Con este objeto, los domingos y días festivos, convenientemente escoltados por tío Constancio, salíamos a recorrer la ciudad y visitábamos todas las casas donde veíamos un rótulo que anunciase que había alguno por alquilar. Mi tío llevaba tres gruesos libros registro bajo el brazo y procedía a anotar por partida triple el precio, nombre del propietario y del administrador, número de habitaciones, color del empapelado, moralidad de los inquilinos y vecinos y demás circunstancias propias del caso, de todo lo cual, al llegar a casa, abría ficha doble y la registraba en un índice general.

»¡Qué lejos estaba yo de sospechar entonces que la más horripilante tragedia estaba a punto de abatirse sobre nuestras inocentes cabezas! ¡Y es que los golpes del destino son así! Llegan sin anunciarse, como esos amigos pelmas que siempre aparecen a la hora de servir la cena.

»El telón se levantó sobre el primer acto de aquel espantoso drama un jueves por la noche, a las siete y treinta y dos minutos. Lo recuerdo con tanta exactitud porque era un jueves por la noche, a las siete y treinta y dos minutos.

»Habíamos tenido en esta tienda un día de mucho trabajo y estaba recogiendo unos manguitos de piel de calamar cuando se me acercó el gerente y me dijo:

»―Azucena, tendrás que salir a llevar un encargo. Ya sé que este no es tu trabajo, pero nuestros siete ordenanzas han fallecido hoy mientras repartían paquetes por la ciudad, atropellados por sendos submarinos. ¡Qué triste y mortuoria coincidencia! Pero, en fin, vamos al grano. Tienes que llevar esta pelliza de marta cibelina a la plaza del Langostino Ajado. Pregunta por el palacio del vizconde Polilloff.

―¡Dios mío! ¡Él! ―exclamó Tania interrumpiendo este estremecedor relato.

¡Askrafuska!14 ¿Le conocéis? ―preguntó Azuzena interrumpiendo su relato.

―Sí. Le conozco ―declaró Tania mordiendo la cabeza de un maniquí para disimular su emoción―. Pero esto no importa ahora. Continuad, querida.

―Tal como me había mandado el gerente ―siguió Azucena en su relato―, tomé la pelliza, la guardé en una caja y me encaminé a la plaza del Langostino Ajado, que distaba unas cuarenta verstas15 de aquí.

»Iba la mar de contenta silbando por dentro La raspa, la conocida canción de cuna. Estaba muy ilusionada con poder visitar un palacio aristocrático. Procuraría curiosear todo lo posible para documentarme sobre cómo adornan sus casas la gente de campanillas, lo cual me sería de gran utilidad cuando Nicéforo y yo pusiésemos nuestro pisito.

»¡Infelice de mí! ¡Nunca había de tener el pisito con cortinas de cretona y un par de patos disecados encima de la cómoda que tanto habíamos soñado! ¡A partir de aquella noche aciaga y algo húmeda un infranqueable obstáculo, tan grande como la muralla de China y tan gordo como Cifré*, se interpondrían entre los dos! Jamás habría de ceñir mis sienes la corona de azahar de la desposada. En lugar del alegre paraíso que yo había soñado, el mundo no sería para mí más que un sombrío paramo. A propósito, ¿«paramo» dónde va acentuado?

―En la «p», pero seguid, seguid…

―Un pequeño incidente ya pareció presagiar la tragedia que me ocurriría después. ¡Era como si el destino ese hubiese querido advertirme! Cuando subía por la gran escalera del palacio, precedida de un criado, me enredé con la alfombra y, después de bajar rodando los ciento cuarenta y tres escalones, terminé incrustando la cabeza dentro de una maceta, de la cual me tuvo que sacar el sirviente con ayuda de un sacacorchos.

»Liquidado este asunto, seguí adelante y, después de cruzar por varios salones de magníficos muebles de caoba y papel secante…

―Los más selectos muebles son los que fabrica El Tallercito ―la interrumpió Tania.

―Eso ya lo he oído en alguna otra parte ―murmuró tristemente Azucena y prosiguió.

»Después de cruzar todos aquellos salones el criado que me precedía se detuvo ante una puerta abierta y dio tres golpes y medio con los nudillos.

»―Con permiso, señor.

»―Abre la puerta y entra ―contestó desde dentro con acento tónico una voz cien por cien sangreazulada.

»―Pero…

»―¡Idiota! ―repuso la misma voz, esta vez con acento esdrújulo―. Haz lo que te mando y… ¡aprisa!

»―Es que no puedo abrirla, señor… Está ya abierta.

»―¡Obedece, maldito! ―masculló la voz, ahora con acento catalán.

»―¡Al momento! ¡Al momento, señor! ―dijo el fámulo temblando como media libra de gelatina.

»Cerró la puerta, la abrió y pasamos al interior. Un caballero vestido con un relampagueante batín color huevo frito con tomate y calzado con unas babuchas indostánicas se hallaba fumando voluptuosamente un puro de brea contra la bronquitis.

»Sin fijarse en mí, se caló el monóculo y lanzó al criado una mirada envenenada con cianuro.

»―¡Cada día te vuelves más mantecato y más reburro! ¡Cuántas veces te he dicho que cuando yo doy una orden hay que obedecerla a rajatabla y a rajaladrillo!

»―¡Perdón, señor! Es que…

»―¿Cómo, señor? ¿Cuál es mi tratamiento, camello?

»―¡Mil perdones! ¡Ruego a usía…!

»―¿Qué es eso de usía?

»―¡Dos mil perdones! ¡Suplico a su excelencia…!

»―¡Merluzo! ¡Ahora vas a ver! ―gritó encolerizado el vizconde (pues no era otro) levantándose y empuñando un látigo como un poste de telégrafo.

»―¡Cuatro mil perdones, alteza!

»Pero el vizconde, impasible, hizo chasquear el látigo en el aire matando de paso a dos moscas que volaban incautamente haciéndose el amor.

»―¡Ocho mil perdones, majestad! ―exclamó el criado, al que no le llegaban los calcetines al cuerpo.

»―¡Nada te salvará de un escarmiento ejemplar, abesugado fámulo! ―declaró chirriándole los dientes el vizconde y disponiéndose a sacudir el polvo al sirviente.

»Este, que ya se veía ligeramente cadáver, se hincó de rodillas en el suelo diciendo entre dientes:

»―¡Doscientos treinta y cuatro mil novecientos ochenta y siete mil perdones, serenísima y altísima majestad imperial y morrocotuda. Hundido en el polvo, suplico humildemente vuestra indulgente indulgencia.

»―¡Hombre! Eso ya está mejor ―exclamó visiblemente satisfecho el vizconde, tras contentarse en romper un par de jarrones de amianto en la cabeza del sirviente―. ¿Qué es lo que querías?

»―Esta muchacha trae una pelliza de los Almacenes Cepórrez.

»―¡Ah, sí! ―murmuró el vizconde fijándose en mí por primera vez.

»Me estremecí desde la punta de los zapatos hasta la camiseta de felpa que mi tío me había hecho poner porque aquellos días había una epidemia de tortícolis aguda. Su mirada tenía algo de reptil y de cobrador de arbitrios municipales.

»―¡Vaya, vaya, vaya! ―murmuró―. ¡Linda muchacha! ¿De modo, preciosa, que trabajas en los Almacenes Cepórrez?

»―Sí, señor. El gerente me ha mandado


Por hoy se acabó, distinguidos lectorcetes. Hasta otro día.


14 «Recórcholis» en ruso.

15 Medida rusa equivalente a seis kilos y medio.

* Guillermo Cifré (1922-1962) fue uno de los primeros y más importantes dibujantes de la Editorial Bruguera. Entre su obra destacan personajes como el repórter Tribulete (1946), cocreado por Rafael González, don Furcio Buscabollos (1946) y Cucufato Pi (1949). (Más información).


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