Sobre la novela

Esta novela fue publicada originalmente bajo el título Nuestros lacrimosos folletines. Los crímenes de un vizconde o Abandonada en el fango un viernes a las once y cuarto de la noche. Apareció en los primeros treinta y ocho números de la revista El DDT contra las penas (1951-1966) entre los años 1951 y 1952. Cada entrega estaba acompañada de dos ilustraciones realizadas por José Peñarroya (1910-1975).

La Editorial Bruguera creó El DDT como la versión adulta de su buque insignia, Pulgarcito (1946-1981). Decimos que era una revista más adulta por el contraste entre las dos. Mientras que Pulgarcito estaba casi totalmente dedicado a las historietas y los pasatiempos, e incluso contenía cómics de aventura, en El DDT las historietas no eran tan evasivas y se incluían más secciones de texto. Una de estas eran los famosos Diálogos para besugos, popularizados por Armando Matías Guiu aunque estos no fuesen una creación suya. Otro ejemplo fue esta parodia de los folletines.

El referente directo de Los crímenes de un vizconde es una obra menor de Enrique Jardiel Poncela (1901-1952), la novela breve La loca de la cabeza o Las infamias de un Vizconde, que se publicó en la revista Buen Humor entre los números 320 y 333 en 1928. Cualquier lector se dará cuenta inmediatamente de algunos de los elementos que tienen en común: en lo argumental, hay un vizconde malvado, un amor imposible, niños secuestrados y alguna cosa más, pero también el sentido del humor se construye sobre el absurdo y las palabras más rimbombantes que se pueden encontrar en un diccionario. Estos dos últimos rasgos son, precisamente, muy característicos de los tebeos de humor de Bruguera a partir de los años 40.

La edición más reciente de la novela corta en la que se basó Los crímenes de un vizconde.

En esencia, las dos historias son parodias del género del folletín, unas novelas que se publicaban por entregas y que por lo general no son muy apreciadas por la crítica. Lo que sí tenían era una gran acogida popular (especialmente entre las mujeres), quizás porque en ellos abundaba la crudeza, el suspense y el sentimentalismo. También era habitual que mostrasen una visión maniquea de la sociedad, en la que los malos eran malísimos y los héroes lo eran de una pieza. Otro de sus rasgos más frecuentes era un estilo descuidado, ya que era más importante la frecuencia de las entregas que la calidad. La grandísima mayoría de autores de folletines ha caído en el olvido, pero entre las excepciones hay grandes nombres de la literatura como los de Alejandro Dumas, Fiódor Dostoyevski o Benito Pérez Galdós, por poner solo unos ejemplos.

En Los crímenes de un vizconde podemos apreciar el sentido del humor de Rafael González en sí mismo, sin que haya pasado por el filtro de un dibujante. Con lo cual, como poco, es un buen sistema para valorar cuál pudo ser el peso de este editor en la creación de la llamada «escuela Bruguera». Según Terenci Moix*, las características comunes de aquellos primeros autores de humor en Bruguera (Guillermo Cifré, José Peñarroya, Josep Escobar y Carlos Conti) eran consecuencia únicamente de ellos mismos ya que se habrían construido a través de «la convergencia de diversos estilos individuales guiados por una serie de obsesiones comunes». Después de leer Los crímenes de un vizconde es más evidente que esta escuela en realidad sí era lo que Moix pretendía rebatir, es decir, el «resultado estilístico conseguido por sistemas industriales». La Bruguera de a partir de los 40 es, por decirlo de algún modo, uno de los herederos del humor de Jardiel Poncela gracias a la innegable influencia que este tuvo sobre Rafael González.


* Historia social del cómic (Terenci Moix, 1968).