Capítulo XV

Resumen de los capítulos anteriores:

Estoy dispuesto a narrar minuciosamente y con todo detalle lo sucedido hasta el momento presente a toda persona que tenga la gentileza de invitarme a comer. Aunque solo sean unos garbanzos cocidos, no importa, siempre que la ración que me corresponda no sea inferior a cuatro kilos.


—Mi tío Constancio se pasa la vida encerrado en su habitación jugando al ajedrez con el perro… y mi Nicéforo… ¡Pobre amor mío! Se alistó voluntario y con nombre supuesto en un destacamento de cosacos dedicado al exterminio de ratones que hay en la zona de Ucrania. ―Azucena enjugó sus mejillas en un portier―. De cuando en cuando visito al juez Rabanovitch para que me informe sobre la situación del expediente incoado con motivo de su equivocación, pero el pobre está tan viejo que ya no sabe de qué le hablo.

―Pobre niña mía ―dijo Tania cuando pudo reponerse de la sorpresa que le había producido esta triste historia―. Os prometo que pondré de mi parte todo el interés para solucionaros tan dramática situación.

―Qué buena sois ―replicó Azucena besándole las manos, el sombrero y las gafas para el sol.

En esto, un tipo grueso, repleto de diamantes y con gesto halagador se acercó hasta Tania.

―¿Es que acaso esta insignificante empleadilla de tres rublos al año está importunándola con su inculta charla? ―preguntó el aceitoso individuo con voz meliflua―. Si es así, la expulsaré al fangoso arroyo de cuatro soberbias patadas.

―Nada de eso, caballero ―contestó Tania―. Esta joven es conocida mía y ahora mismo me la llevo de este infecto lugar. Tomad esta indemnización por el perjuicio que pueda ocasionaros.

Y, uniendo la acción a la palabra, arrojó un billete de cien rublos a la cara del hombre gordo, que era el gerente de los almacenes.

Protegiéndola con sus robustos brazos, Tania llevó a Azucena hasta su trineo que esperaba en la puerta. Allá la instaló tapándola con una hermosa manta escocesa y una cataplasma de mostaza que le puso en la espalda para que no tuviese frío.

―¡Qué buena sois! ―repitió Azucena besando la manta, la cataplasma y al cochero que se puso muy encarnado.

―A la horchatería más próxima ―ordenó Tania al auriga, y el lujoso trineo partió raudo cual ratero perseguido por los guardias. La horchatería más próxima era uno de los lugares cursis de la ciudad. Allí se reunían las damas más encopetadas acompañadas por sus vistosos perros e incluso algunas veces de sus maridos para murmurar de todas sus amistades no presentes y hablar mal del clima y del precio del azúcar.

Oyendo la triste historia de Azucena, Tania había madurado un plan de venganza contra el malvado Sacha Polilloff. Ni una miga de amor quedaba en su corazón de la volcánica pasión sentida un día hacia el vizconde, pero unas ansias infinitas de venganza germinaban en su alma antes tan ingenua, venganza que podía llevar a cabo empleando como cebo a la infeliz Azucena.

Una vez en la horchatería, un grupo de admiradores rodeó a las dos hermosas jóvenes, pero Tania abrió paso a sombrillazos y las dos se sentaron en una mesita que estaba situada junto a la entrada.

―Tranquilízate, pequeña ―dijo Tania a la ex dependienta que estaba intimidada con tanto boato y no se encontraba a gusto con su cataplasma de mostaza en la espalda.

Un camarero les sirvió dos dobles de horchata.

―Pensad en mí ―dijo un admirador acercándose― y guárdense esas pajitas como recuerdo de vuestra belleza ―pero Tania le introdujo la punta de su sombrilla en un ojo y el apuesto joven se alejó aullando. Deseaba estar a solas con Azucena. Sabía que dentro de unos instantes…

Efectivamente, la puerta de la horchatería se abrió de par en par y apareció la esbelta figura de Sacha Polilloff acompañado de dos terribles perrazos (cruces de mastín con rinoceronte). Con mirada indiferente, recorrió la sala mientras un cigarrillo ruso de cuarenta y tres centímetros de largo se balanceaba perezosamente en sus labios.

Al fin sus ojos se posaron en las dos mujeres (uno en cada una) y, entregando las cadenas de sus perros a un cosaco tuerto, avanzó hacia ellas con su sonrisa más angelical en los labios.

―¿Permiten que me siente con ustedes? Ya ven, todo está ocupado.

Azucena estaba petrificada y Tania asintió con un gesto frío.

―Así tendré ocasión de brindar por las dos mujeres más hermosas de Rusia ―continuó el vizconde enroscando nerviosamente su bigote.

¡Tan acostumbrado estaba Sacha Polilloff a cometer desmanes y tantas eran sus víctimas que no las había reconocido!

―La luna es cuarenta y nueve veces más pequeña que la tierra y la escoba de barrer fue inventada por Teodolito II en 1398 ―habló nuevamente el vizconde para demostrar su extensa cultura general.

En aquel instante la orquesta de la horchatería compuesta de dieciocho tambores y un pito atacó a la bayoneta un vals. Las parejas de bailarines saltaron a la pista lanzando gritos de alegría y se pusieron a danzar frenéticamente.

Sacha se mantenía en silencio contemplando a las dos mujeres sentadas frente a él. Se veía a las cuatro leguas que, deslumbrado por la belleza de ambas, no sabía cuál escoger.

Al fin se decidió por Azucena y, con un gesto ampuloso con el que derribó una mesita, dos vasos de vino y una silla, la invitó a bailar.

Cogiéndola dulcemente por el talle y guardando las puntas de su bigote bajo las solapas de la chaqueta para que no diesen a nadie, el vizconde se perdió con su pareja entre los danzantes.

―Sois hermosa flor a la luz de un quinqué ―habló al oído de la muchacha, que temblaba al verse en brazos de aquel hombre que ya una vez había intentado matarla y, mientras el malvado aristócrata destilaba el veneno de su perversa oratoria en el oído derecho de Azucena, un rictus de horrible venganza desfiguraba el rostro de Tania, que sentada ante su horchata contemplaba las evoluciones de la pareja al tiempo que, provista de un lápiz y varios papelotes, trazaba nerviosamente líneas y círculos rellenos de anotaciones algebraicas. Tania estaba estudiando un boceto de su plan de venganza…

―… be más ce por equis elevado al cuadrado, igual a ce menos be por equis partido por equis… ¡Ya está! ¡Ya está! ―dijo hablando consigo misma, pero guardó rápidamente sus apuntes porque el baile había terminado y se acercaba Sacha Polilloff arrastrando a Azucena por el centro de la pista.

―¡Este lugar es plebeyo y hediondo! ―rugió el vizconde al llegar junto a la mesa en donde estaba Tania―. ¡Acabo de ver a un individuo sin afeitar y además fumándose un puro de regaliz! ¿Por qué no nos vamos los tres a El Batracio Encantado? Allá me conocen y nos servirán bien.

―¡No, no, no, no! ―suplicó Azucena, que estaba muy cansada y cada vez le molestaba más su cataplasma de mostaza en la espalda.

―¡Sí, sí, sí, sí! ―atajó Tania. Su plan se estaba desarrollando a las mil maravillas.

―¡¡¡Stepanchykolovonski!!! ―gritó el conde, y el tártaro guardián de los perros se acercó cojeando―. ¡Lava el trineo con jabón de coco y prepara las pieles de osos! ¡Dentro de medio minuto salimos a El Batracio Encantado!

Luego ayudó a las damas a ponerse sus abrigos de piel y, mientras pagaba las horchatas, Tania y Azucena salieron a la intemperie. Hacía un frío que pelaba.


La semana próxima continuaremos el desarrollo de estos interesantes acontecimientos. ¿Morirá el vizconde? ¿Se ha vuelto loca Tania? ¿Aparecerá Nicéforo? ¿Será fácil encontrar piso? ¡Terribles dilemas!


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