Capítulo XII

Sinopsis de los capítulos anteriores:

Si los ha leído usted, no hace falta que se las cuente y si no los ha leído, le felicito cordial y efusivamente por el acierto.


»—¡Nicéforo! ¡Nicéforo! ―grité asomándome a ella.

»Un mugriento mujik se acercó amablemente.

»―¿Me llama usted, señorita? Yo soy Nicéforo Formachovich.

»―¡No! ¡No! ¡Es a otro Nicéforo al que quiero con toda mi alma!

»Pero no pude entretenerme en más explicaciones. Los rugidos del conde se percibían cada vez más cercanos. Vi una escalera de mano y trepé por ella buscando la salvación. De allí pude pasar a otro departamento. ¡Era una habitación completamente cerrada! Sólo un pequeño tragaluz lleno de telarañas proporcionaba un débil resplandor al aposento.

»―¡Tío Constancio! ¡Tío Constancio! ―sollocé como un cordero, pero sólo el jadeo del conde respondió a mi llamada. ¡Ya estaba subiendo a pie por la escalera de mano!

»A todo esto, los efectos de la inyección se disipaban y me sentí morir.

»―¡Aaag! ―exclamé horrorizada mordiéndome los nudillos de los dedos al ver que aparecía en el dintel de la puerta la repulsiva figura de Polillof provisto de su látigo, su tridente y su bigote.

»―Esto se ha terminado, pequeña. Dentro de pocas horas yacerás bajo una losa en mi cementerio de crímenes particulares ―dijo el vizconde haciéndome una señal con tiza en el lugar correspondiente al corazón. Luego retrocedió unos pasos, cerró un ojo y, midiendo la distancia, levantó el brazo que empuñaba su afilado tridente. ¡Cielos! ¡Iba a morir ensartada como una mariposa cualquiera! Cayendo de rodillas cerré los ojos… y entonces ocurrió algo insólito.

»Lanzando un grito lastimero, Polillof se elevó en el aire un par de metros y luego cayó exánime a mis plantas al tiempo que una sombra ágil se precipitaba hacia mí rodeándome con sus fornidos y enclenques brazos.

»―¡Azucena! ¡Vida mía! ―musitó junto a mi pabellón auricular derecho el nuevo personaje. ¡Era Nicéforo!


Aquí hemos de retroceder unos cuantos metros para explicar detalladamente la súbita aparición de nuestro héroe en el escenario de los acontecimientos.

A pesar de su extensión urbana, sus trineos de caballos, sus puestos de castañas y su mugre, San Petersburgo por aquella época poseía un sabor pueblerino. La gente era ingenua, amable, tacaña y, si un mendigo solicitaba un trozo de pan negro, podía estar seguro que le daban un trozo de pan negro y además florido y rancio, porque existía un alto calor humano entre las clases humildes. Así, no es de extrañar que el mujik llamado también Nicéforo quedase extrañado por las palabras de Azucena y se retirase del pie de la ventana rascando su cabeza y pensando trabajosamente: «Esta señorita quiere ver a un Nicéforo que no soy yo».

―¿Qué harías tú en este caso? ―le preguntó después de explicarle lo sucedido a un amigo suyo que se entretenía curtiendo una piel de cabra.

Este reflexionó un rato con su cerebro de calidad inferior y luego hizo la misma narración y consulta a otro amigo que tenía allá cerca.

La cuestión es que al poco rato todas las comadres, los cocheros y los vendedores ambulantes comentaban el extraño caso de que una señorita llamase a un tal Nicéforo desde una ventana del palacio de los Polillof. La noticia corrió rauda hasta la casa en donde vivía el auténtico Nicéforo. Tras detenerse unos breves instantes en la portería, saltó al principal y luego, subiendo por un patio interior, llegó a la buhardilla en donde el prometido oficial de Azucena estaba bebiendo malta con leche.

―¿Ha oído usted, señor Nicéforo? Una joven pelirrubia de ojos juntos pregunta por un tal Nicéforo en la puerta principal del palacio Polillof ―chilló una vecina.

El virtuoso joven quedó unos instantes petrificado. «Es ella» le dijo el corazón en voz baja, y, arrojando la taza al fondo de un patio en donde unos cuantos niños pobres jugaban al gua, salió disparado escaleras abajo.

Poco trabajo le costó encontrar al desdichado mujik que había dado la noticia y, agarrándole por las barbas, le agitó en el aire como si fuese un combinado.

―¡Habla, habla! ¿En dónde has visto a esa angelical doncella? ¿Cómo era?

Y el mujik le contó lo que sabía y además un chiste en esperanto.

Todos estos sucesos habían transcurrido en unos doce segundos y tres quintos, por lo que el valiente Nicéforo llegó a tiempo de propinar una formidable patada al abyecto Polillof cuando este se empeñaba en borrar el nombre de Azucena de la Estadística Municipal. Y ahora dejaremos que la recatada muchacha continúe narrando los hechos ella misma porque, si no, se enfada.


»—¡Era Nicéforo! ¡Mi amado Nicéforo, el hombre que me protegía en aquellos terribles instantes! Allí mismo, uno junto al otro, renovamos nuestras promesas de amor eterno mientras Sacha17 Polillof se recobraba del golpe recibido. Entonces Nicéforo, enjugando sus lágrimas de ternura, le dirigió estas elegantes palabras:

»―Señor, estoy a vuestra completa disposición. Enviadme vuestros padrinos y señalaremos día y hora. Decidles también que lleven una linterna porque las escaleras de mi casa son muy empinadas y obscuras. Tomad mi tarjeta.

»El vizconde hizo un gesto despreciativo y, cogiendo la tarjeta de Nicéforo con su tridente, la leyó.

»―Nicéforo Pistón, perito en trombones… ¡Pero qué gracia tiene esto! ¡Ja, ja, ja, ja!

»Como todo el mundo sabe ―incluidos los vendedores de legumbres cocidas― la risa es contagiosa, y al poco rato reíamos los tres dándonos fuertes palmadas en la espalda y sin saber por qué. Sacha Polillof, agarrado a una cornisa, procuraba contener sus convulsiones hilarantes y Nicéforo se revolcaba por la alfombra desternillándose.

»―¡Ja, ja, ja, ja! ¿Pero qué es lo que os hace tanta gracia, señor vizconde? ―pudo articular a duras penas mi prometido tratando de contener su risa.

»―¿No os habéis dado cuenta, infeliz? ―repuso Polillof― ¡Ja, ja, ja, ja! ¡No podemos batirnos porque yo soy un noble y usted…! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Usted es un plebeyo de segunda!

»―Estáis equivocado, señor. Aunque mi linaje es más humilde que el de un garbanzo, tengo derecho a batirme con vos.

»―¿Sí, eh? ―respondió Polillof recobrando su tono frío y displicente.

»―Sí. He hecho el tercer curso de bachillerato y, de acuerdo con mi título, cualquier noble puede aceptar mi desafío según el artículo 794, apartado a) del Código del Honor.

»―Pues no acepto esa cláusula. ¡Largo con viento fresco! ¡Al cuerno!

»―¡Pues tendréis que aceptarla! ―gritó Nicéforo avanzando tres pasos, ante lo que el vizconde echó mano del tridente con un gesto muy significativo.

»―¡Por favor, caballeros! ¡Sean razonables! ―intervine yo, pero por toda respuesta Polillof hizo trizas la tarjeta de mi prometido.

»Este le dio otra y también la rompió, otra y otra hasta que los pedacitos formaron en el suelo un montón respetable.

»Finalmente, Nicéforo hizo siete gestos de desaliento. Se le habían terminado las tarjetas.

»―Vamos, amor mío ―dije―, este reptil no atiende a razones.

»Y, agarrándole de un brazo, nos dirigimos hacia la puerta cruzando perfumados salones mientras el vizconde nos seguía haciendo muecas y sacando la lengua.

»Una vez en la calle oímos un formidable estampido a nuestras espaldas.


Continuará el año próximo, si el tiempo no lo impide.


17 Diminutivo de Guadalajara.


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