Capítulo X

Sinopsis de los capítulos anteriores:

Los capítulos anteriores son nueve, a saber: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y nueve. Si quieren saber lo que sucedió en ellos, léanlos, pues cualquiera se pone ahora a dar explicaciones con este calor.


que le traiga esta pelliza que encargó ―dije sacándola de la caja.

»―Muy bien. Muy bien. Espérate un momento que me la voy a probar, por si hay que hacer algún retoque ―dijo dirigiéndose a mí―. Y tú, animal, ¿qué haces aquí mirándome como un crustáceo? ―añadió, dirigiéndose al sirviente―. ¡Largo!

»Y le propinó una patada tan fenomenal que el infeliz salió por una claraboya.

»―¡Gol! ―gritó el vizconde displicente.

»De nuevo se volvió hacia mí. Su mirada era penetrante, taladrante, submarina, funesta y torrefacta.

»Respuesta de la impresión que me produjo la patada propinada al sirviente, yo exclamé con aflautada, atiplada y aterciopelada voz:

»―¿Le gusta a usted la pelliza, excelentísimo, ilustrísimo, lustrosísimo, sabrosísimo y no-sé-qué-más-ísimo vizconde?

»Le venía un poco ancha, pues él usaba el número 3 y yo le había traído una del número 33. Temí por mi vida. Temí que se encolerizase y me hiciese saltar por una ventana que daba a un campo de fútbol. Pero, a pesar de que las mangas de la pelliza parecían mangas de riego y que, en su conjunto, cualquiera le hubiese tomado por un espantapájaros, me dijo, sonriente y cantante:

»―Vaya, vaya, vaya…

»―¿A dónde quiere su serenísima que vaya?

»―A ninguna parte, muñequita linda, linda, linda, linda de cabellos de oro y labios de rubí. ―Y luego añadió― Digo “vaya, vaya, vaya” como hubiera podido decir “boya, boya, boya” o “mucho, mucho, mucho”. Lo importante es decir algo, sobre todo cuando se trata de despistar, porque ahora, muñequita lindaiska, lindaiska, lindaiska ―esta vez lo dijo mitad en ruso mitad en burgalés―, lo que interesa es admirar tu belleza peculiar. ¡Oh, niña de mis sueños! ¿Cómo te llamas? Supongo que tendrás un nombre de rechupete, uno de esos nombres que vienen que ni pintados para las ninfas ebúrneas, diáfanas, plácidas, cósmicas, ínclitas, módicas, plásticas, púdicas, lúcidas, flácidas, étnicas, rítmicas, como tú. ¿Cómo te llamas, repito? ―me dijo otra vez.

»―Me llamo Azucena ―le respondí―. Mi padrino, un tal Alexis Alexandrowski Alexandroff, era jardinero. Sus flores preferidas eran el Don Diego de Noche y la Azucena, y, naturalmente, como no podía ponerme el nombre de Don Diego, porque la gente me hubiese tomado por un notario jubilado, me bautizó con el de Azucena.

»―Nombre colorido y suculento si los hay ―comentó el vizconde mientras mordía una manzana que sacó de la pelliza que yo acababa de traerle y que correspondía a mi merienda de dos días antes. ―Nombre colorido por lo de “azú” y suculento por lo de la “cena”. Y tú, tú, tú…

»No pasaba el tren. Es que el vizconde se había atragantado un poco con la manzana y no podía pasar del tú. Hasta que por fin, al desatragantarse ―con lo que demostraba ser un estupendo desatragantador―, prosiguió:

»―… y tú, tú, tú eres tan suculenta como la cena antes mencionada.

»En aquel mismo instante ―eran exactamente las seis y catorce centímetros de minuto― el vizconde de Polilloff me miró con sus ojos de rinoceronte amaestrado. Sus pupilas se encendieron y yo empecé a pasar un mal rato creyendo que sus cejas se iban a incendiar de un momento a otro. Pero fue un amago de incendio. No hubo necesidad de los bomberos.

»El vizconde se me acercó; me cogió la mano diestra y con una mirada siniestra dijo así:

»―Estás a treinta y nueve.

»Yo le contesté:

»―No, serenísimo vizconde. Sólo peso cincuenta y tres.

»―No me refiero al peso, Azucena.

»―Es verdad. Pues en septiembre cumpliré veintiuno.

»―Tampoco me refiero a la edad, sino a la fiebre. Tú tienes temperatura, pero fiebre de amor, de amor por mí.

»―Por favor, serenísimo vizconde. No pierda la serenisimidad. Yo he venido aquí a traerle una pelliza, no a que me susurre palabras de amor sin fin.

»Pero el vizconde no quiso hacer caso de mis pobres pero honradas palabras y se puso a cantar con voz de barítono consciente, clarividente y sinfónico:


Wridiowski, wridiowski,
turulenko, sartengraf,
ghristinko, ghristinko,
wirolawsko, wiroslaf.


Lo que, traducido al alemán, significa:


Kovenstrasse, pulleroven,
kovenstrasse, ludendorf,
under linder, friedenstofen,
Julietassen Romeonof.


Y en italiano es igual a:


Picolina, picolina, etcétera, etcétera.


»De pronto, cesó de cantar. ¿Había entrado raudamente algún personaje extraño en la habitación? No: el vizconde, en su exaltación artística, se había tragado nada menos que siete mariposas.

»―¡Mosca! ―exclamó, esta vez con voz de tenor italiano.

»―Mosca no ―dije yo para tranquilizarle. ―Mariposa.

»―Pues mariposa. Igual da. Por cierto que…

»Y se puso a cantar nuevamente:


Mariposa, mariposa,
eres pequeña y hermosa,
etcétera, etcétera.


Que en español quiere decir:


Mariposa, mariposa,
eres pequeña y hermosa,
etcétera, etcétera.


»Esta vez se tragó siete moscas, mas al darse cuenta exclamó:

»―Mos… ¡ay! Mariposas.

»―No ―le atajé yo con atiplada y afelpada voz―. Esta vez han sido moscas.

»En aquel preciso momento en la estancia entraron siete hermosas mujeres, con siete garrotes malayos fabricados en Odesa al grito de “suwsko, suwski, eliskaia”, que en extremeño quiere decir “sus, sus y a él”.

»Los siete garrotes amaestrados cayeron impávidos, incólumes y al unísono sobre el señorial cogote del vizconde, cuyos labios sólo pudieron exclamar:

»―No me ma…

»―¡Ten! ―le dijo una para completar la hermosa frase y anunciarle al mismo tiempo el garrotazo.

»¡Chof! El vizconde cayó inanimado y desanimado. Por el foro penetró el médico forense que siempre estaba a punto, pues por algo cobraba el hombre su estipendio mensual, y, cuando iba a pronunciar su macabra palabra “cadáver”, lo pensó mejor y se dispuso a auscultar el corazón del interfecto mientras murmuraba en argentino “¿Dónde estás corazón? No oigo tu palpitar…”. ¿Cómo iba a oírlo si había puesto encima del corazón del vizconde su oreja derecha de la que era absoluta e intransferiblemente sordo? Puso la izquierda y oyó Radio Andorra y a continuación un ruido raro: “tivski-tavski-tivski-tavski”. ¿Qué sería? Simplemente el latido de un corazón ruso, pues solo es en España y en Venezuela donde los corazones hacen tic-tac como los relojes de pared.

»Pero lo peor fue que, una vez hubieron mamporreado al vizconde, aquellas agresivas sujetas se dirigieron a mí en tropel y una de ellas exclamó con voz de vendedora de décimos de la Lotería:

»―¡Ahora te toca a ti!

»Cuando había levantado el garrote malayo para asestarlo contra mi áurea y rubia cabellera surgió el notario, quien, interponiéndose entre el garrote y yo, dijo en colombiano:


Juntamente con la continuación publicaremos el listín telefónico íntegro de la provincia de Cáceres y catorce recetas para quitar las manchas de grasa de los vestidos de felpa.


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