Capítulo II

Sinopsis de los 8 775 episodios anteriores:

Tania era una chica víctima del mundo traidor.


—Toma, pobre y desvalijada joven, víctima de la injusticia humana. No habría podido dormir en mi tibio y muelle lecho acordándome de ti. Esto te ayudará a pasar distraída las largas horas de miseria y abandono.

Y le entregó el tercer tomo de Las aventuras de Rocambole, tras de lo cual desapareció rápida y sigilosamente, temeroso de que el satánico vizconde se enterara de su noble gesto.

La macilenta y harapienta joven abrió el libro y, a la temblorosa y lívida luz de un reverbero, intentó leerlo, pero al instante lo arrojó lejos de sí con un gesto de desaliento.

Era una traducción al vascuence y no pudo entender ni una sola palabra.

―Después de esto ―murmuró con un hilo de voz― ya no me queda más que morir.

Y, apretando contra su seno al pálido niñito, que tiritaba envuelto en su prospecto de pastillas para la tos, añadió:

―Tú también morirás, pobre y tierno infante, víctima inocente de la maldad de los hombres. Así no conocerás jamás la podredumbre de este mundo ni las películas de Jorge Negrete.

Lentamente, la macilenta y harapienta joven se puso en marcha. Cruzó por una serie de estrechas y silenciosas callejuelas, atravesó después la perspectiva Nowiski, construida por Pedro el Grande7, y finalmente se halló en el malecón sobre el río Nevá.

Durante su camino no había tropezado con un alma. El temporal arreciaba de continuo, lo cual no tiene nada de particular pues precisamente aquella mañana el parte del Observatorio Meteorológico había anunciado un buen tiempo opíparo.

Con los pasos inseguros, la muchacha se acercó al parapeto y miró hacia abajo. Entre torbellinos de espuma, las negras aguas del río corrían raudas arrastrando témpanos de hielo y latas de caviar vacías. ¡Qué espantosa muerte!

Sin embargo, no era el valor lo que faltaba a Tania Ivanovich Propugueff. Trabajosamente, se encaramó al parapeto y, una vez arriba, se mantuvo erguida por unos instantes a pesar de la violencia del viento.

―¡Adiós, mundo cruel! ―murmuró―. ¡Adiós, mundo nefando y concupiscente! ¡Adiós, Mundo Gráfico! ¡Adiós! ¡Buenas noches!

Y, apretando fuertemente contra sí al desdichado niñito, hijo del pecado, se lanzó al vacío.

Pero en este preciso instante ocurrió algo extraordinario, inesperado, imprevisto, repentino y sulfamidado…

Una tétrica mano… ¡la mano de un esqueleto!… surgió de la obscuridad y detuvo a la desdichada cuando ya flotaba en el vacío.

(¡Rezambomba! ¡Cómo se está poniendo esto!)

Tania Ivanovich volvió la vista hacia aquel ser que así la retenía al borde de una muerte y profirió un grito de terror y sorpresa:

―¡Hiii!

»¡Dios mío! ―añadió― ¡Trocinska borobiedo acoquinoff! 8

Y cayó desmayada.


Cuando Tania Ivanovich abrió los ojos se encontró en una vasta estancia cuadrangular pero redonda alumbrada por un gran candelabro de velas color salmón.

Extraño y significativo detalle: ¡aquel candelabro tenía nueve brazos y medio!

Pesadas cortinas de terciopelo negro cubrían por completo las paredes. Una gran fotografía del diluvio universal destacaba sobre aquel fondo tétrico. Frente a ella se veía otra en tecnicolor que representaba los últimos días de Pompeya. En un ángulo se leía, escrito con pintura fosforescente: «Se prohíbe fijar carteles».

Tania Ivanovich estaba tendida en un diván construido en Muebles El Tallercito, lo cual se veía enseguida por su gran solidez y elegantes líneas.

―¿Dónde estoy? ―preguntó la macilenta y harapienta muchacha―. ¿Dónde estoy?

Pero habría sido lo mismo que hubiese preguntado que a qué hora salía el correo de Almendralejo del Medio a Badajoz. Nadie contestó. Estaba sola.

Es decir, no. A su lado, su tierno hijito, contentote por la tibia temperatura que allí reinaba, estaba la mar de entretenido comiéndose el peluche del diván.

―¿Dónde estoy? ―repitió Tania Ivanovich, porque en realidad no tenía otra cosa que hacer.

Al conjuro de estas palabras una puerta se abrió al fondo y tres encapuchados se adelantaron hacia ella.

―No temas ―contestó el más alto de los tres con voz de bajo―. ¡No temas, desgraciada paria de la suerte impía! ¡No temas! ¡Estás entre los Hermanos del Sacacorchos de Lapislázuli S. A.!

Un grito ahogado se escapó de la garganta de la joven. ¡Los Hermanos del Sacacorchos de Lapislázuli S. A.! Había oído hablar de aquella misteriosa sociedad secreta que se dedicaba a perseguir a los poderosos y a los traficantes en camisetas de felpa y cuyas terribles venganzas eran capaces de poner los pelos de punta a un sifón.

¡Y ahora se hallaba en la misma guarida que aquellos extraños seres!

¿Qué iba a ocurrir?

Un día de estos lo sabremos.


Han transcurrido seis meses y un día desde los últimos acontecimientos relatados. Estamos en verano, el luminoso verano de San Petersburgo. Hace el mismo calor que en Guadalajara, solo que en ruso. Por las calles los mujiks discurren vistiendo sus caftanes de nailon mientras comen pepinillos en vinagre rebozados de glicerina, que es el plato nacional ruso.

Una doble fila de soldados de la guardia rodea el palacio real, donde tiene lugar una fiesta de aúpa para conmemorar el 375.º aniversario de la muerte del gran Leónidas Paparaniev, el genial inventor del Polo Norte.

Con intervalos de tres minutos y medio los cañones de la fortaleza de Pedro y Pablo disparan robustas salvas perfumadas a la menta y a la vainilla para prestar más realce a la fiesta. El zar quiere que el pueblo se asocie también al jolgorio y, además de las salvas, ha ordenado que a cada persona le sea regalada una aceituna rellena.

¡Qué hermoso cuadro lleno de colorido al pastel ofrece la ciudad!

De pronto, la gente se aparta a los lados abriendo paso a un magnífico coche arrastrado por cuatro empenachados caballos color malta con leche. En el pescante, un cochero con cara de zanahoria viste orgullosamente la librea de los Polilloff Tabarrinski, oro y rojo. En la portezuela del coche está pintado el escudo de los Polilloff, un besugo rampante en campo de azur y boniatos.

Dentro del coche, Sacha9 Polilloff, el malvado vizconde, muellemente arrellanado entre cojines de seda y brocados, fuma voluptuosamente un puro de brea.

Una sonrisa mefistofélica cruza por su rostro. Se siente satisfecho. El día anterior le ha salido todo a pedir de oído. Ha seducido vilmente a la dependienta de una charcutería, a dos profesoras de piano, una callista, cuatro modistillas y a la esposa de un ingeniero de caminos, canales y puertos.

¡Y, sin embargo, qué profundos y tumefactos abismos de maldad encierra su alma! ¡Ni la sombra de un remordimiento turba su placidez! Para el vizconde, la mujer es como una alcachofa, cuyas hojas se arrojan a la basura después de haber sido saboreadas con salsa vinagreta.

De pronto, el coche se detiene de golpe. Suena un golpe sordo y se oye un grito estridente.

―¿Qué diablos ocurre, Iván? ―pregunta el vizconde sacando la cabeza por la portezuela.

―Lo siento, señor. No ha sido culpa mía ―responde el auriga―. Una muchacha se ha arrojado al paso del coche y ha sido aplastada. Si no me equivoco, es la hija del afinador de trombones a la que sedujisteis la semana pasada.

―¡Qué ganas de fastidiar! Todas son igual ―rezongó el miserable―. En fin, recuérdame que le dé de baja en el registro cuando volvamos a casa.

Y volvió a reclinarse en el asiento silbando la marcha guerrera de los cosacos del Volga, que, como todo el mundo sabe, empieza así:


Turut riau riau chin chin la larala pon.


¡En qué profundos y tumefactos abismos de maldad…!

¡Alto! Esto ya lo hemos dicho. Diremos pues otra cosa.

El cuadrado cúbico de la tangente trapezoidal es igual al coeficiente de la división del segmento romboidal multiplicado por la base longitudinal de la sección cortical.

Y ahora sigamos:


Continuará un día de estos.


7 ¿Se fijan qué magnífica documentación? Obras como esta, instructivas y serias, son las que hacen falta a los hogares para pasar las largas veladas de invierno.

8 Sentimos mucho no poder dar la traducción de esta frase, pero el traductor, que es un tal y un cual, se niega a decirla hasta que le concedamos el aumento de 2,65 que viene pidiendo desde 1877.

9 Diminutivo de Floripondio.


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