Capítulo VIII

Sinopsis de los capítulos anteriores hecha por Pimpinelo Tontolínez, autor inédito de novelas femeninas:

La acción empieza frente al palacio del vizconde de Polilloff, a donde llega la infeliz Tania… pero será mejor que les cuente el argumento de una novela mucho mejor que la del señor Camembert y que pienso publicar en cuanto me la acepte algún editor, cosa que, sin embargo, veo un poco difícil, pues ya me la han rechazado unos trescientos sesenta poco más o menos. Bueno, pues resulta que la protagonista, que es una vendedora de pesca salada, se enamora del rey de Madagascar y bla, bla, bla…


Mucho me complace hacerle patente que sus manifestaciones formuladas en fecha del 27 del corriente en relación con la solicitud presentada por usted en la misma fecha referente a sus aspiraciones a la blanca mano de mi sobrina Azucena, o dicho en otros términos, sus patentes deseos evidenciados de un modo tan notorio de desposar a la ya mencionada doncella me han satisfecho casi en su conjunto, o sea, en el noventa por ciento de su totalidad, por cuya causa no veo en un principio ningún inconveniente en que iniciemos los prolegómenos de las pertinentes negociaciones para llegar a un ulterior resultado y, más concretamente, a un feliz término de la gestión iniciada, emprendida y llevada a cabo por usted en alas de ese ente que se representa en los grabados, estatuas, cornucopias y otros medios de reproducción plástica someramente vestido y armado de un carcaj y unas flechas y que es conocido por Cupido, desconociéndose sus apellidos, fecha y lugar de nacimiento y demás circunstancias que pudieren servir para su identificación.

Sin embargo, me considero en el deber de hacerle notar que antes de seguir adelante es conveniente, aconsejable, indispensable e insoslayable el aclarar un punto capitalísimo sin el cual, repito, no es posible que llevemos adelante estas gestiones. En consecuencia, le ruego se sirva contestar lo antes posible y de un modo explícito a la siguiente pregunta: «¿Le gusta a usted el estofado de ternera?».

En espera de sus gratas nuevas, queda de usted s. s. s., q. e. s. m.,

Firmado: Constancio Tabarroff

Ex oficial primero, asimilado a etc., etc.

»―¿El estofado de ternera? ―exclamó Nicéforo―. ¡Si precisamente es mi plato favorito! Soy capaz de comerme cincuenta y tres raciones seguidas y luego pedir más salsa para mojar pan.

»Mi tío Constancio hizo un gesto de aprobación y dijo entonces:


San Petersburgo, 27 de mayo de 1886

Sr. D. Nicéforo Pistón

Ciudad

Estimado joven:

Con verdadera satisfacción y confortamiento y con auténtico y sincero regodeo tomo buena nota de su declaración respecto al estofado de ternera. Debo aclararle y poner en su conocimiento que la pregunta formulada en mi anterior comunicado del 27 del corriente no ha sido hecha a tonta y a locas, sino que responde a una robusta convicción personal de mi persona. En dos palabras: se ha comprobado y evidenciado que el hombre que demuestra predilección por el estofado de ternera está, sin excepción, adornado de las más bellas cualidades y de las más ejemplares prendas, pues es probo, formal, paciente, caballeroso, laborioso, activo, emprendedor, tierno, delicado, pundonoroso, atento, seguro servidor, amante, discreto, serio, ecuánime, magnánimo, tolerante, educado, inteligente, comprensivo, generoso, frugal, jovial, simpático, agradable, cortés, ameno, culto, atractivo, seductor, dinámico, chistoso, vivaracho, campechano, sensible, romántico, virtuoso, atlético, esforzado, noble, adicto, fiel, leal, modesto, humilde, talentoso, enérgico, constante, tenaz, sano, elegante, en fin, un hombrecito de su casa, capaz de hacer la felicidad de su esposa y de rodear de paternal y maternal cariño a sus tiernos vástagos.

Consiguientemente, y reuniéndose en usted estas circunstancias, me complace comunicarle que le concedo gustosamente la mano de mi sobrina Azucena, con la que espero forme un hogar espejo de dicha y moralidad, virtudes ciudadanas, de cuya decisión le ruego tome buena nota a los efectos pertinentes.

Aprovecha la ocasión para saludarle cordialmente,

Constancio Tabarroff

Ex oficial primero asimilado a etcétera, etcétera.


»―¡Señor Tabarroff, no sabe lo feliz que me hacen sus palabras! ¡Estoy que no sé lo que me hago! ―exclamó lleno de alborozo Nicéforo, avanzando hacia mi tío.

»En efecto, el pobre estaba tan emocionado que metió el pie dentro de una pecera haciendo puré a dos salmonetes que estaban contemplando la escena la mar de interesados.

»―¡Caramba! He metido la pata ―dijo mi amado sacudiéndose la pierna enérgicamente para desprenderse de la pecera―. No sabe cuánto lo siento, señor Tabarroff.

»Pero la tenía tan fuertemente sujeta que para librarse de ella tuvo que pegar una fenomenal patada, con lo que si bien se libró del peceril artefacto hizo cisco una hermosa reproducción en porcelana de la batalla de Lepanto que había encima de un pedestal.

»―¡Estoy desoladísimo, señor Tabarroff! Ya ha visto que lo he hecho sin querer ―murmuró entonces Nicéforo poniéndose colorado―. Aunque creo que ―añadió―, si usted me autoriza, ya no debo llamarle señor Tabarroff, sino padre. ¡¡¡Padre!!! ¡Oh, qué dulce palabra!

»A lo que mi tío respondió:


San Petersburgo, 27 de mayo de 1886

Sr. D. Nicéforo Pistón

Ciudad

Querido hijo:

Paso a contestar a tu atento y reciente comunicado.

No sólo te autorizo para que me llames padre, sino que experimento un verdadero y fluorescente placer al oír en tus labios tan hermosa palabra. Sí, hijo mío, desde ahora seré un verdadero y paternal padre para ti.

Ven a mis brazos, hijo mío.

Muchos besos de

Constancio

Postdata.―Otro día a ver si no eres tan bestia y tienes más cuidado con las cosas. Tanto los dos salmonetes como la batalla de Lepanto eran recuerdos de familia. ¡Hay que tener cuidado, porras!


»Después de lo cual, Nicéforo y tío Constancio se confundieron en un estrecho abrazo. Entonces yo ya no me pude contener y abandoné mi escondite llorando de emoción y cantando al mismo tiempo La marcha de los granaderos silesianos, de Rembrandt, que me pareció lo más apropiado para el caso.

»Acto seguido, mi tío Constancio, al que le gustaba de hacer las cosas bien, declaró:

»―Ahora, hijos míos, vamos a extender la correspondiente acta para que quede constancia de este momento tan decisivo en nuestras vidas. Azucena, tráeme treinta y ocho resmas de papel de barba, la pluma de letra inglesa y la de redondilla, y vete al estanco a comprar cuatro pólizas de uno cincuenta y tres sellos móviles de 0,50.

»Mientras tío Constancio extendía el documento oficial, lo firmaba, sellaba y reintegraba, en lo que invirtió sus buenas diecisiete horas, Nicéforo y yo nos pusimos a hacer planes para el futuro. El amor nos hacía ver todas las cosas de color de rosa, incluso los cortinajes del salón que eran de un verde tan rabioso que los habíamos tenido que vacunar contra la hidrofobia.

»Los meses que siguieron fueron los más dichosos de mi vida. Todas las noches después de cenar, llegaba Nicéforo trayendo su correspondiente ramo de alcachofas para mi tío. Yo servía el té y entonces nos sentábamos todos junto al alegre fuego del hogar. Mi tío leía como antes las copias de los expedientes y de los Recursos Contencioso Administrativo que Nicéforo y yo oíamos embelesados, cogiditos de la mano.

»Algunas noches y como final de fiesta Nicéforo obtenía autorización de mi tío para, subido en una silla, recitar La cigarra y la hormiga, cosa que hacía con los efectos sonoros correspondientes, como el canto de la cigarra, el ruido del viento, etcétera, lo cual confería a nuestras veladas un matiz artístico literario que las hacía más deleitosas todavía.


¡Qué risa! Se han quedado en lo mejor, ¿eh? Pues a fastidiarse unos días. No todo va a ser regodeo en esta vida. ¡Qué caramba!


Anterior Siguiente