Capítulo XIV

Resumen de los capítulos anteriores:

Pasan muchas cosas.


»—Nicéforo Pistón ―respondió mi adorado novio a la pregunta del magistrado.

»―Sí, sí, sí… Aquí debe estar… Pa, pa, pa, pe, pe, pi, pi, pi… Pistón. Aquí está. Ha tenido usted suerte, joven. Sí, sí, sí, sí… Hay un ciudadano llamado Anacleto Pompoff al que tengo que hacerle un documentito de nada y llevo treinta y siete años buscando su nombre sin encontrarle… Sí, sí, sí, sí, sí… ―dijo verdaderamente asombrado.

»Más tarde observé que el juez Rabanovitch estaba siempre diciendo “Sí, sí, sí, sí…” para disimular que tenía un hipo crónico.

»―Bueno, sí, sí, sí… Ahora tengan la bondad de ponerse de pie. ¡Ah! Perdón. Creí que estaban sentados ―añadió el titubeante magistrado acercándose trabajosamente al Código civil que tenía montado en una carretilla por ser muy voluminoso―. Voy a leerles el artículo correspondiente a su caso. ¿Usted cómo ha dicho que se llama?

»―Constancio Tabarroff ―respondió mi tío al verse señalado por un dedo mugriento.

»―Sí, sí, sí… Bueno… Ejem… Estando presentes las partes que solicitan una aclaración al código, don Nicéforo Pistón y don Constancio Tabarroff, en lo que respecta al artículo 2117 sobre lances de honor, este expone lo que sigue: “Dadas las circunstancias de que uno de los duelistas posea título universitario o…” ―en este momento el juez Rabanovitch volvió la página con su mano también temblorosa― “… que por lo tanto si las dos partes interesadas están conformes y no se presenta obstáculo de ninguna clase por parte de los testigos que impida la celebración de esta ceremonia… los declaro marido y mujer”. Ya está.

»―¿Qué ha dicho? ―exclamó Nicéforo abriendo la boca como una ballena de grande.

»―¡Atiza! ¡La he hecho buena! ―declaró el juez―. Ahora resulta que están ustedes casados el uno con el otro.

»―¡Pero esto es una locura! ―dijo tío Constancio―. ¡Un pitorreo repelente!

»―¡No comprendo cómo puede haber sucedido! ¡Ocurre cada cosa! ―dijo el juez Rabanovitch.

»―¡Yo sí que lo comprendo! ―intervino Nicéforo, cuyo rostro se estaba poniendo tecnicolor―. ¡Usía ha pasado varias páginas de golpe, saltando al capítulo de las ceremonias matrimoniales!

»―¡Anda la osa! ¡Pues es verdad! ―confesó el juez después de examinar el Código―. No resulta extraño. ¡Este libro está tan grasiento! Pero no hay que apurarse. Ya procuraré arreglarlo.

»―¡Es imposible, usía! ―dijo entonces una voz que brotó por un agujero de la pared.

»Todos nos volvimos hacia aquel punto, donde a continuación de la voz había salido la cabeza de percebe de un escribano.

»―¡Imposible, usía! ―repitió este―. He tomado nota y ya tengo constancia de todo lo expuesto en el libro-registro.

»―¡Cuernos! ―manifestó entonces el juez rascándose el tacón de una bota―. ¡Entonces la cosa se pone mal!

»―Peor que mal. Está birriosa ―corroboró el escribiente―. Como recordará usía, según el ucase promulgado por Berenjeno XXXIII en el año de gracia de 1312, una vez que han sido pronunciadas por un magistrado las palabras de ritual sobre la ceremonia, nadie puede deshacer esta unión.

»―¡Carambita, carambita! ―manifestó el juez.

»―Sin embargo ―prosiguió el informadísimo escribano―, atendiendo las especiales circunstancias presentes, yo creo se puede intentar una retractación jurídica que será tramitada por el Negociado de Feidecomisos e Investigaciones Forenses.

»―¡Es verdad! ―dijo el juez―. Tenemos esa solución.

»―Pero no se haga muchas ilusiones, usía ―replicó el escribano―. Recuerde el caso de Iván Oblonoff y Ruperto Pincelovitch. En él se dieron circunstancias análogas y la alta magistratura tardó cuarenta y ocho años y siete horas en solucionarlo. De manera que hay tela para rato.

»Dicho lo cual, desapareció por el agujero dejando tras de sí un tumefacto olor a engrudo y betún marrón.

»―¡Rabia y desesperación del número tres! ―gritó entonces Nicéforo tratando de hacerse el harakiri con una estilográfica, pero mi tío le detuvo.

»―¡Conserva la serenidad, la calma y la estilográfica, muchacho! Dentro de cuarenta y nueve años yo ya estaré muerto y tú tendrás por lo menos la ventaja de cobrar una pensión de viudedad. ¡Pero de todas formas es horrible lo que está sucediendo!

»Y, volviéndose hacia el juez Rabanovitch, aulló:

»―¡Camello! ¡Viejo carcamal! ¡Buena la has hecho!

»Dicho lo cual, se puso a arrancarse los pelos del bigote con tal frenesí que al cabo de un momento había en el suelo una cantidad suficiente como para elaborar tres almohadones.

»¡Ya puede imaginarse mi depauperado estado de ánimo! ¡Mi adorado Nicéforo casado con otro! Caí al suelo hecha un mar de lágrimas. Y tanto lloré que todos los presentes tuvieron que subirse a las sillas para no mojarse los pies. El juez Rabanovitch agitó fuertemente una campanilla y entró el conserje al que ordenó:

»―¡Echa a toda esta gente y cóbrales setenta rublos de multa por escándalo, mofa a la autoridad e intento de inundación!

»A empujones salimos todos de la sala y una vez en la calle nos miramos con desesperación.

»―Os convido a un plato de caracoles de la Hostería del Oso Negro ―habló mi tío con intención de infundirnos ánimos.

»―Nada de eso ―repuso Nicéforo con voz lúgubre―. Tendría sabor a un banquete de boda.

»―Es cierto ―dijo mi tío Constancio poniéndose pálido, y regresamos a casa cruzando las callejuelas sanpeterburguianas mucho más abatidos que antes. Únicamente Nicéforo se reanimaba rápidamente, pues se daba cuenta de que en su nueva situación de esposo de mi tío su duelo con el vizconde era ya cosa imposible.

»―Vamos, querida ―trató de consolarme―. No hay por qué tomarlo tan a pecho. Ya se arreglará todo. ―Pero yo no tuve fuerzas para contestarle.

»Entramos en el barrio más elegante de la ciudad. Las tiendas iluminaban las aceras deslumbrando a los transeúntes con sus lámparas de petróleo.

»Un ruido de campanillas distrajo nuestra atención y por la esquina apareció la carroza del vizconde Sacha Polillof, que a gran velocidad avanzaba hacia nosotros levantando aludes de nieve.

»Al verme, descorchó una botella de campaña y, tras bebérsela de un trago, arrojó el casco vacío a la cabeza de Nicéforo que rodó por el fango cual largo era. “¡Premio!”, gritó el vizconde irónicamente mientras su carruaje se perdía por los vericuetos de la calle.

»Menos mal que el golpe recibido por Nicéforo no fue nada y a la cuarta trepanación que le hicieron en el Hospital General ya estaba como nuevo.

»Han pasado tres años de esta triste situación y he preferido referírsela con todo detalle para que vea la serie de calamidades sin competencia que he sufrido al cruzarse en mi vida la espantosa y siniestra figura del Sacha Polillof ¡Es un tipo que la trae negra! ¡Buaaa!

Y Azucena terminó su relato sollozando y tapándose el rostro con un soberbio abrigo de mouton doré que había sobre el mostrador y dejándolo hecho un asco con sus lagrimones.

―¿Y qué ha sido de ambos esposos, digo, de vuestro tío Constancia y de Nicéforo? ―preguntó Tania, pues a su fragante belleza uníase la curiosidad un picapedrero.


Se está preparando algo serio, pero en este capítulo no me ha cabido. No tendrán más remedio que esperar a la semana próxima. Buenas noches.


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