Capítulo XXVIII

Hoy no hay sinopsis a causa del frío.


Lo secó con el codo y se lo pasó a través de la ventanilla a un empleado con cara de canguro abúlico.

Pardiez, monsieur! ―dijo el canguro después de leerlo―. Parece un crucigrama etrusco.

―¡Je, je! ―despistó Nicéforo―. Es un medio de comunicarme con mi novia Micaela. La tengo que ver a escondidas porque sus padres quieren casarla con un capitán de coraceros.

Oh, l’amour! ―suspiró el canguril sujeto poniendo los ojos en blanco―. Una vez conocí a una chica que…

Pero Nicéforo, viendo que la cosa iba para largo, le cortó en mojado la palabra:

―Lo siento, pero ya me lo contará otro día. En este anuncio acabo de citar a mi novia para dentro de cinco minutos en la plaza de la Concordia. Ya me lo contará otro día. Au revoir.

―¡Qué hombre tan afortunado! ―se dijo el empleado cuando Nicéforo hubo desaparecido― Me gustaría saber lo que pone aquí.

Pero, aunque en los tres cuartos de hora siguientes consumió el fósforo de su cerebelo que tenía almacenado para todo aquel trimestre tratando de descifrar el misterioso anuncio, solo consiguió que le entrase un dolor de cabeza como para un rinoceronte.

Sin embargo, si hubiese pertenecido al hampa repelente y abyecta de los bajos fondos de París y hubiese conocido su enigmático código, habría leído fácilmente lo siguiente:


Se Desean Apaches Empedernidos y Sanguinolentos Para La Banda De La Garra De Platino. Inútil Presentarse Sin Malas Referencias. Escribir A Nicéforo Pistón. Lista De Correos 3333.


Que es lo que precisamente interpretó también el agente X-219, que lo estaba leyendo por encima del hombro del otro.

―¡Fuera de aquí, chucho! ―gritó el empleado al disfrazado agente―. ¿Qué es eso de andar metiendo las narices donde no te importa?

El supuesto chucho enseñó amenazadoramente los dientes y ladró dos o tres veces tan lúgubremente que el empleado se refugió con gran precipitación en el armario del archivo dentro del cajón de la letra F.

El canino agente se dirigió entonces a una cabina telefónica, se quitó su disfraz de perro y lo tiró a la papelera, endosándose acto seguido uno de apache tumefacto y repelente que se sacó de otro de sus bolsillos.

¡Había concebido un plan como para chuparse una costilla!

¿Qué plan era este? Lo sabremos y al mismo tiempo podremos tomar un suculento vermú con gambas si seguimos los pasos del agente X-219. Porque lo que precisamente hizo nuestro hombre al abandonar el local de Le Journal Hebdomadaire fue entrar en un cafetín y pedir el susodicho vermú con una fuente de gambas a la plancha que no se las saltaba un oso hormiguero.

Despachados los crustáceos en cuestión y después de guardarse las cáscaras en un bolsillo para mandárselas a una tía suya que estaba empapelando con cosas así la sala de recibir, el agente X-219 pidió papel y tinta y escribió una carta en la que solo había dos faltas de ortografía y cuatro de prosodia. Después de secarla con una corbata de un parroquiano de la mesa de al lado, nuestro hombre la metió dentro de un sobre en el cual escribió:


Señor Anunciante número 3333

Lista de Correos

París.


Hecho lo cual no pudo por menos de exclamar con una risita de satisfacción:

―¡Je, je! Espero que esta vez todo salga a las mil maravillas.

―¿Que si puedo recomendarle alguna cosa contra las polillas? ―dijo entonces el parroquiano propietario de la corbata secante, que como era más sordo que la Gran Muralla de China entendía casi siempre las cosas más peregrinas.

―¿Polillas? ―inquirió el agente X-219 saliendo de su abstracción―. ¿He dicho algo sobre las polillas?

―¡Caramba! Entonces habré oído mal ―repuso el otro―. Habrá sido sobre las patillas.

El agente reflexionó durante tres minutos y medio.

―Pues no. Tampoco tengo nada que decir sobre las patillas. En realidad me importan seiscientas toneladas de rábanos.

―¿No será entonces sobre las parrillas? ―inquirió el otro lleno de curiosidad.

―Tampoco. Las parrillas me importan una cosecha entera de rábanos.

―A lo mejor resulta que hablaba de las astillas ―apuntó entonces el parroquiano.

―No. Nada de astillas.

―¡Ya lo sé! ¿A que ahora doy en el clavo? Era sobre las colillas.

―¡¡¡No!!!

―¿Ni tampoco sobre las pastillas?

Entonces el agente X-219 comprendió claramente que aquel sujeto era un superhombre de la pelmez y la tabarra. Un tipo capaz de llevar a la desesperación a un velador de mármol. ¡Si no se arrancaba de sus garras estaba perdido!

¡Había que proceder con decisión!

Por consiguiente, el agente X-219 procedió con decisión y con un taburete de madera de enea que tenía al lado con el cual asestó un porrazo en el cerebelo de su interlocutor como para reducir a escombros la Abadía de Westminster.

El sordo parroquiano cayó al suelo fulminado y después de exclamar «¿no serían ardillas?» se quedó serio, inmóvil y ligeramente cadáver.

Aprovechando la confusión que se armó, el agente X-219 se largó sin pagar y de paso al pasar junto al mostrador estiró treinta y cinco centímetros de mojama que se guardó en el bolsillo del chaleco. Una vez en la calle respiró a pleno pulmón y, después de dar una patada a un gato que se le había acercado atraído por el olor de la mojama, se encaminó con firme paso en dirección este-sudoeste.

¡Hasta un analfabeto hubiese leído en sus ojos una fría e inexorable decisión!


Pero volvamos al lado de la desdichada Azucena y de su esposo, nuestro viejo amigo, el vizconde de Polilloff.

¡Atribulado padre!

¡Atribulada madre!

¡Atribulados esposos!

¡Sin noticias de sus adoradas y raptadas hijitas, los minutos parecían siglos a aquellos dos seres, víctimas de la repugnante maldad humana representada en este caso por el malvado Nicéforo Pistón y por La Garra de Platino.

Llena de dolor, Azucena se revolcaba por el linóleum del piso llorando tan copiosamente como si llevase todo un trimestre pelando cebollas.

―¡Nunca más veré a mis tiernas hijitas! ―gemía con un acento de dolor tal que hubiese conmovido a un sifón.

―No llores más, querida ―le decía Sacha tratando inútilmente de restañarla las lágrimas con una persiana―. Te prometo que te las traeré sanas y calvas, digo sanas y salvas. Tengo un plan.


Como pueden ver todo el mundo tiene planes en esta estupenda narración. Síganla con interés y con la vista y ya verán qué sorpresas más morrocotudas les esperan.


Anterior Siguiente