Capítulo IV

Resumen de los capítulos anteriores:

Pasan la mar de cosas, pero no tenemos tiempo para contarlas.


—Nos casaremos el mes que viene, querido. Mi anciano y cochambroso padre hace cuanto le pido y no se opondrá. Pero ahora volvamos a los salones. Hace tres horas y media que faltamos y nos exponemos a que la gente murmure, especialmente las de Rodrigoff, que ya sabéis lo cotillonas que son.

―Es cierto. El mundo está lleno de viscosos reptiles que solo gozan manchando con su mala baba a las almas cristalinas y angelicales como la vuestra. Volvamos ―se apresuró a decir el vizconde, que estaba echando interiormente café con leche porque una procesión de hormigas se le estaba metiendo por el cogote.


Alrededor de veintitrés días, catorce horas, nueve minutos y treinta y cinco segundos después de los últimos acontecimientos relatados, si hubiésemos pasado por la populosa calle del mariscal Pirulicheff, el héroe de la conquista de Crimea, que con solo quinientos soldados armados con fusiles de chispa y sacacorchos derrotó a dos millones de turcos, si hubiésemos pasado, repetimos, por la populosa calle del mariscal Pirulicheff, el héroe de la conquista de Crimea, que con solo quinientos soldados armados con fusiles de chispa y sacacorchos derrotó a dos millones de turcos, si hubiésemos pasado, repetimos, por la populosa calle del mariscal Pirulicheff, el héroe de la conquista de Crimea, que…

Bueno, vamos a dejarlo, no sea que nos estemos así hasta el día del juicio por la tarde.

El caso es que si hubiésemos pasado por la populosa calle del mariscal Pirulicheff, el héroe…

¡¡¡NO!!!

Si hubiésemos pasado por la populosa calle esa, habríamos visto a una antigua conocida nuestra: a Tania Ivanovich Propugueff.

¡Pero qué extraordinario cambio se había operado en ella!

¡Ni su mismo abuelo hubiese podido reconocerla! Entre otras cosas porque el pobre había fallecido de la tosferina catorce años antes de que Tania naciese.

En efecto, nadie reconocería en ella a la cochambrosa y depauperada muchacha que, vestida de harapos, se había presentado una noche tormentosa a la puerta del palacio del vizconde de Polilloff implorando amor, compasión, calor, filantropía, ternura, comprensión y similares para ella y para su tierno hijito, que temblaba temblorosamente envuelto en un prospecto de pastillas para la tos.

En efecto, Tania Ivanovich, en estos momentos en que la volvemos a echar la vista y el oído encima, usufructaba un lujo tan asiático que la misma Cleopatra, la célebre esposa de Napoleón III, hubiese resultado una filfa y una zarrapastrosa a su lado. Vestía un hermosísimo vestido de terciopelo de color percebe con incrustaciones de nácar y piedras preciosas que quitaba el hipo, y sus diminutos pies, calzados con lindos zapatitos tachonados de brillantes, no se parecían en nada a los de Peñarroya*, que, como todo el mundo sabe, calza un sesenta y tres y hace falta la piel de una vaca entera cada vez que se encarga un par de botas.

¿Cuál había sido la causa de esta extraña metamorfosis11?

Por el momento no lo vamos a revelar para mantener así más gorda y robusta la emoción y la intriga. De todas formas, como dato de interés para los lectores algo impacientes, nos comprometemos a aclarar el misterio en el capítulo MMXHVIPPVZLMIXNIV, que según nuestros cálculos aparecerá hacia el mes de junio del año 3187. De modo que un poquito de paciencia, ¡qué caramba!

Cuando el refulgente trineo arrastrado por un caballo del Cáucaso en que viajaba Tania Ivanovich cruzaba frente a uno de los almacenes más elegantes de San Petersburgo, la joven ordenó brevemente al cochero:

―Aliocha Pietrodostowiesseivich Novorogolofroff Katiuskynorod, para aquí un momento, que quiero ver unos visones que anuncian a precios de antes de la guerra.

―Sí, madrecita ―repuso el auriga dando un ladrillazo de aúpa en la cabeza del noble bruto, que se detuvo lanzado por lo bajo palabrotas en lenguaje equino.

«Este sistema electrónico de frenos funciona cada día mejor», murmuró satisfecho el cochero mientras ayudaba a descender a su ama.

―No te haré esperar ―añadió esta―. Es solo cuestión de cinco minutos. Únicamente daré un vistazo.

―Como mande la señora ―repuso Aliocha saludando con su sombrero de astracán.

Y como tenía una dilatada experiencia en la cría de ocas tartamudas y en las señoras que entran «solo cinco minutos» a las tiendas, ató el cabellejo con una soga y, cruzando la calle, penetró en una librería de lance donde alquiló por treinta y cinco kopeks los ciento cuarenta y siete tomos de Las aventuras de Arsenio Lupin.

Tania Ivanovich penetró en la tienda dejando a su paso una estela de Fleur de Ultramuces, el perfume parisino en boga y, dirigiéndose a un dependiente con cara de pisapapeles adormilado, le dijo:

―Quiero ver visones.

―Lo mejor será entonces que se atice dos litros de vodka entre pecho y espalda. No hay nada mejor.

―¿Quéee?

―¡Oh, perdón, señora! ¿Ha dicho usted visones? Había entendido visiones. Es en el piso… Digo, dans le deuxième pise aux izquierdau ―manifestó el sujeto aquel acordándose de pronto de que en la puerta del establecimiento había un cartel que decía «On parle française» y de que él era precisamente el políglota del establecimiento.

A excepción de un gato bastante escuálido que contemplaba con aire melancólico un maniquí con un abrigo en el que figuraban las pieles de tres primos hermanos suyos, el segundo piso estaba más solitario que el desierto de Gobi en una noche de lluvia. Esto es lo que le pareció por lo menos a Tania Ivanovich en un principio. Sin embargo, cambió de criterio en seguida al llegar a sus oídos unos sollozos entrecortados que partían de alguna parte.

―¡Repanoplia! ―se dijo Tania, que era una mujer de extraordinaria penetración a la par que de viva clarividencia―. Aquí está llorando alguien.

Dándole la razón, una muchacha que estaba caída de bruces encima de uno de los mostradores de caoba, fabricado en el acreditado establecimiento El Tallercito (grandes facilidades de pago), levantó su cabeza y la miró con sobresalto.

―¡Oh, perdón, señora! Creí que estaba sola.

Tania la contempló un momento con cierta sorpresa. Pocas veces había visto un rostro tan lindo y de una tan dulce expresión. Sus cabellos eran rizosos y suaves cual la seda y tenía unos maravillosos ojos de un intenso azul turquesa. En fin, que era una chica morrocotuda y no como la birria de Ursula Rigodón**, que hay que mirarla con gafas ahumadas para que no le entre a uno una conjuntivitis.

―¿Qué os pasa, querida niña? ―preguntó.

―Nada, señora. Tonterías. ¿Deseáis ver algún modelo? Soy la dependienta de esta sección.

―Dejemos eso por el momento. Vos sufrís cual tierno plumífero pajarito encerrado entre los crueles barrotes de una jaula de latón. Me he percatado en seguida. ¿No es cierto?

―Así es, señora. Sufro horriblemente ―declaró la muchacha poniéndose a dar unos berridos que hubiesen partido el corazón a un sifón.

Tania Ivanovich acarició suavemente el sedoso cabello de la lacrimógena dependienta.

―Penas de amor. Como si lo viera.

―Profundizáis en mi interior cual una radiografía. En efecto. El dios del amor me ha herido en mitad del pecho. Ese… Ahora no recuerdo cómo se llama…

―¿Quién? ¿Vuestro adorado?

―No. El dios ese. El que representan armado de un arco y unas flechas.

―Es Guillermo Tell ―declaró fríamente Tania, que no andaba muy fuerte en mitología y numismática12. Pero dejemos eso. Contadme lo que os ocurre. Yo también sé lo que es esa clase de dolores.

―Contra dolores, tabletas Fu. Insuperables en el lumbago, reumatismo, cefalalgias y similares ―manifestó la dependienta.

―Tampoco van mal unas compresas de cebolla bien picadita. Pero empezad de una vez. Estoy ansiosa de saber la causa de vuestra desdicha. Quizá yo pueda ayudaros.


Continuará si el dire se decide al fin a concederme el aumento que le vengo pidiendo desde la guerra de Troya.


* José Peñarroya (1910 - 1975) fue uno de los primeros dibujantes de Bruguera. Entre sus personajes más populares destacaron don Pío (1947), Gordito Relleno (1948) y don Berrinche (1948). (Más información).

11 Palabra derivada de la expresión etrusca metamorfosis, que significa «metamorfosis».

** Úrsula Rigodón era el pseudónimo de un redactor o redactora anónimo de la revista El DDT.

12 Como sabemos las personas cultas, el dios del amor es Arquímedes.


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